Sobre un tronco de como 30 metros, conocido como ‘el palo sagrado’, danzaban los indígenas para pedirle a los dioses una buena cosecha desde la época prehispánica y de esta forma alimentar a su pueblo. Suben a él cinco danzantes: cuatro son los puntos cardinales y un líder que personifica al sol. Al caer darán 13 vueltas, 52 entre los cuatro, que simbolizan la aparición de un nuevo sol. Frente a la Parroquia de San Francisco, no te lo pierdas. En el ritual participan 5 danzantes, cuatro voladores y un caporal, que representan los cinco elementos para crear vida: agua, viento, tierra, luna (papa) y el sol (chichiní). Antes de subir al palo volador (30 metros) el caporal interpreta con su flauta y un pequeño tambor el son del perdón, el son de la calle, el son de la guasanga y el son de la vainilla. Con la música acompaña una danza que pide la protección de los dioses para él y los voladores. Una vez arriba, se interpreta el son del perdón nuevamente y se añade el son de los 4 vientos, dando pie a que los voladores se tiren al vacío. Con un significado mítico los voladores descienden en la tierra después de completar trece vueltas cada uno, haciendo la suma de 52 giros antes de tocar el suelo, equivalente al número de años de un siglo totonaco. Cada año en Cuetzalan y las comunidades tradicionales de los alrededores, cambian el palo volador de la iglesia y para hacerlo, se asigna a un grupo de hombres que van al monte y escogen el árbol que cumpla con los requisitos sagrados. Una vez escogido el árbol, lo talan y llevan a la plaza central, donde hacen una ceremonia de preparación para el nuevo palo. Todo el proceso se debe hacer en forma manual y artesanal.
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